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Un retrato y una historia

Valentina

Cuando abrió el regalo y vio que era un retrato suyo se le vino el mundo encima. Estaba mayor. Estaba cansada. El sufrimiento de aquellos últimos meses había dejado huella en su rostro. Era una mujer llena de miedos, de rencor, devastada tras el paso de aquel tornado emocional por su vida.

Cerró los ojos e intentó serenarse. Se recogió el pelo y se miró de nuevo. Todavía tenía un mundo por explorar, mil sueños que cumplir. Continuó observándose objetivamente, como si no fuera ella la que le devolvía la mirada, como si fuera una extraña a la que estuviera contemplando.

Vio entonces a una mujer bella y serena, apreció su determinación y su fuerza, vio el brillo en sus ojos y la promesa, la firma promesa de que nada ni nadie la haría naufragar.

Al cabo de un rato, su madre entró en la habitación y le preguntó si le había gustado el regalo.

— Me encanta, mamá, gracias. Es un retrato muy conseguido.

— Cariño –dijo su madre sorprendida—¡pero si es solo un espejo!

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