/  Mucho Arte   /  Los más grandes   /  Ambrosio Ortega (Brosio): Arteterapia contra el horror

Ambrosio Ortega (Brosio): Arteterapia contra el horror

En el amplio hall de la Casa de Cultura de Villablino (León) casi pasa desapercibido un cuadro en blanco y negro realizado con pastel. Se trata de una pequeña obra que muestra en primer plano a un descomunal picador y en el fondo a varios mineros trabajando en las distintas galerías. Si lo miramos con atención descubrimos un paisaje opresivo, alucinante y fantasmal, un agujero negro roto únicamente por la luz que proviene de los cascos de los propios mineros. Ellos, los protagonistas de ese infierno de Dante, son personajes anónimos con dos agujeros negros haciendo las veces de ojos y otro un poco mayor que remeda la boca. Músculos, espaldas, brazos y piernas enormes en relación a la cabeza. Unas manos gigantes y expresivas que blanden picos, hachas o martillos. En la parte superior de la escena, una mula cargada de tristeza, mineral y dolor, arrastra pesadamente un vagón de carbón.  No hay espacio para la tregua, para un mínimo de alivio, salvo el conseguido por la suavidad de las formas, por el leve difuminado que evita angulosidades extremas.

Junto a la Casa de Cultura, el parque del Minero cobija desde el año 1983 otra obra de este autor, una gigantesca estatua de bronce en la que tres figuras se recortan contra el cielo y los edificios de la villa. Hay luz en el exterior pero los rostros y la fuerza son los mismos, idénticas las posturas y similares las proporciones. La hiedra que trepa desde el sólido soporte de hormigón hasta los pies de uno de los picadores constituye el único toque amable en esta obra de dureza infinita.

Ambrosio Ortega, Brosio (1925-2015) fue pintor de la mina, en la que pasó tres años en su primera juventud, y pintor de la cárcel, en la que se tiró otros veintitrés prisionero por su colaboración como enlace con el ejército republicano (su hermano, que huyó a los montes tras la Guerra Civil, fue ejecutado en 1951).

Sería mejor no despertar. Al despertar, al retornar a este mundo del penal, fantástico, retorna el sufrimiento. Todo en este mundo se traduce en dolor. Son palabras del propio Brosio en unas memorias que nunca llegó a ver publicadas. Al final encontró alivio en los pinceles que él mismo fabricaba, recreando con sus pinturas el único mundo que él conocía, el de la cárcel y el de la mina, el de la oscuridad y el trabajo, el del dolor y el sufrimiento. Brosio ensalza en sus acuarelas, pasteles y óleo al hombre trabajador, al obrero que con su pertinaz lucha y esfuerzo es capaz de cambiar el mundo. Hay en ese expresionismo atroz, en esos mineros que se funden con su entorno, un universo de recuerdos y de vivencias, todo ello envuelto en una luz irreal y difusa que conducen hacia un figurativismo abstracto totalmente autodidacta y sin ninguna influencia del exterior.

Alcanzó por fin la ansiada libertad y el reconocimiento a partir de los años 70. Las exposiciones se sucedieron por España y el extranjero, así como los homenajes y los premios. Pero Brosio siguió siendo un artista atormentado por sus recuerdos, un hombre que logró no sucumbir al horror gracias al arte.

Deja un comentario