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Amador (Son D’Arriba, Cangas del Narcea), nacido para tocar la gaita

Amador amaba. Amaba a su familia, amaba a sus amigos y amaba sus aficiones. Pero Amador amaba sobre todo la gaita. Y por eso, antes que incansable trabajador, antes que minero, antes que cazador, antes que cualquier otra cosa, Amador era gaitero.

Uno puede hacerse gaitero o nacer con ello, y este último fue su caso. Ya de muy niño, mientras pastoreaba el ganado en su pequeña aldea de Grandas de Salime, agujereaba alguna paja para hacerse un chiflo, una flauta, un remedo de aquel instrumento que su padre no le dejaba tocar y que a él le parecía un sueño.

Fue precoz en lo laboral –la necesidad apretaba—y ya con doce años trabajaba de ayudante para la construcción de la presa de Salime. Luego fue la mina en Moreda el destino de su labor. Con su primer sueldo no compró la cama, no, como sensatamente le decía su mujer. Compró una gaita y siguieron durmiendo un mes más en el suelo hasta que cobró la siguiente paga.

La gaita le dio la vida, la alegría, el primer dinero extra, la posibilidad de viajar, de actuar en mil sitios, de ver mundo y de conocer gente. Trasladado a Cangas del Narcea, donde finalmente halló trabajo en la mina, fue su banda para el resto de sus días la canguesa Son D’Arriba. Con ellos vivió y compartió los éxitos más sonados y las jornadas más emotivas.

Cuando pinté su retrato, por encargo de su hija Rosa, yo no sabía nada de todo esto. Tampoco sabía que Amador decidió sobre la hora de su muerte. No sobre si tenía o no que morir (ojalá pudiéramos intervenir ahí), sino sobre cuándo podría marcharse en paz. Por la mañana recibió la tan ansiada noticia, aquella que él conocía interiormente pero que el mundo exterior aún no había confirmado. Su nieta acababa de aprobar una de las oposiciones más difíciles que puede haber. Lo supo a primera hora, lo celebró por activa y por pasiva dentro de lo que su condición le permitía, se despidió de todos sus seres queridos y se dejó ir. Murió esa misma tarde.

Rosa sabía que toda su vida recordaría a su padre tocando la gaita. Y ese fue el momento que intenté plasmar en este retrato. Rosa dice que la he hecho muy feliz, pero yo la he visto llorar a lágrima viva. Como casi siempre alegría y dolor son notas de la misma partitura. La música, en esta ocasión, la pone Amador desde lo alto.

Comentarios

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    Carlos

    Atengo que decir que fue uno de los mejores conpañeros del grupo y uno de los buenos amigos que tuve. Pasé momentos tuvimos anécdotas e incluso tocamos la gaita muchas veces juntos. La verdad tengo que decir q este hombre es, será y fue de las personas en las q se podía confiar y en ningún momento estabas solo porque siempre podías contar con el. Un abrazo amigo. D.P.

    agosto 26, 2021

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