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El mundo del artista tiene más glamour por fuera que por dentro, de María del Roxo

El glamour de ser pintor y otras no-verdades como templos

…Y ustedes se dirán que ser pintor es una profesión glamurosa. Y lo dirán porque se imaginan a una pintora-diva con su copa de champán francés en la mano, paseándose entre críticos y clientes que acuden a la lujosa inauguración de su última exposición en Manhattan. Pero ja, ja, y rejá. La mayoría de las personas humanas que nos dedicamos a esto de sobrevivir a base de pintar somos eso, simples supervivientes, con –por lo general—glamour cero patatero.

En lugar de trabajar vestidos con modelitos de alta costura (tipo Tamara de Lempicka), solemos enfundarnos en una ropa de trabajo que ni en los mercadillos de todo a un euro querrían. Fundas. Chándales dados de sí. Forros polares del todo-a-cien. Camisetas de cuarta generación. Mandiles que de tantas manchas se quedarían de pie. Zapatillas. Sí. Zapatillas y calcetines gordos a poder ser de lana de esa que pica.

Si tenemos un poco de vergüenza ajena, solemos reservar un rinconcito del estudio para hacer las fotos buenas, para que la gente se imagine que nuestros lugares de trabajo son lo no-va-más de lo cool. Pero no, señores, no. Normalmente son lugares fríos y siniestros, con bastante luz (a costa de alguna ventana que no cierra bien) pero con humedades, vecinos molestos y todo tipo de calamidades, que a duras penas logramos pagar con el sudor de nuestro esfuerzo. Porque claro está, en casa, entre el poco espacio disponible y los olores de disolventes y pinturas, olvídate de poder pintar.

Somos artistas, sí, pero también comerciales y vendedores, carpinteros y ebanistas, responsables de logística y transporte, interioristas y decoradores, montadores y desmontadores, machacas y expertos en mudanzas.

Tampoco vivimos en una burbuja de creadores super molones ni nos pasamos el día borrachos y colocados para encontrar la inspiración. Nuestros amigos suelen ser gente de tipo convencional, de los que trabajan en algo normal, tienen familias normales, veranean como personas normales y se ganan la vida con un sueldo normal, por lo que cuando se jubilen tendrán una pensión normal más sus ahorrillos de persona previsora. Lo de que a los artistas nos espanta esa vida normal es un mito. Simplemente, somos incapaces con nuestro arte de llevar una vida normal.

Así que, recapitulando, salvo unos cuantos divos allá en su espacio exterior, los del montón hacemos lo que podemos, que es mucho. Y vivimos y trabajamos como podemos. Que también es bastante. Eso sí, importante, dedicándonos en cuerpo y alma a lo que nos gusta de verdad y sin rendir cuentas a un jefe incompetente y déspota. Por lo que, aunque glamour poco o nada, no nos tengan compasión porque, visto lo visto –quién lo diría–, somos más bien felices…

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