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De Arte, Artesanía, Artistas, Artesanos o de cuántas horas tardas tú en hacer eso…

En una de mis anteriores vidas trabajé como guía intérprete. A nuestro paso por Oviedo solíamos llevar a cenar a los grupos a un restaurante especializado en quesos asturianos, Babilonia, si mal no recuerdo. Allí, el dueño, que además de tablas de quesos tenía tablas de farándula, cogía el micrófono y explicaba con todo lujo de detalle la degustación de la que íbamos a disfrutar. Su discurso empezaba así (y me acuerdo porque invariablemente lo tenía que traducir para los turistas extranjeros): Aquí, en Babilonia, creemos que la gastronomía es cultura y por ello les vamos a ofrecer una muestra de algunos de los mejores quesos artesanos de Asturias. Y digo bien, arte-sanos y no arte-sanales: arte porque su elaboración es una verdadera obra de arte, y sanos, por sus ingredientes cien por cien naturales.

A lo que voy: arte-sanos. ¿Es la elaboración de queso un arte? Sin duda, pero solo si hablamos de forma coloquial, claro. No es que sea arte en el más puro sentido de la palabra. Para mí es tan artista un quesero como un informático que me arregla algún entuerto en un abrir y cerrar de ojos, o un fontanero que realiza su trabajo con eficacia y esmero. Pero me vuelvo a perder porque a lo que yo iba era a la diferencia entre arte y artesanía, entre artista y artesano. ¿Es lo mismo? ¿Abro aquí un debate ya muy debatido? No lo sé, pero me gustaría oír opiniones.

Yo parto de la siguiente premisa. Hay dos cosas que separan fundamentalmente el arte de la artesanía. Una es la capacidad de repetir el producto y que salga más o menos igual. Otra es la utilidad práctica. El artesano hace calcetines para poner, gaitas para tocar, jarrones para adornar, cuencos para comer. Y puede hacer uno o hacer un ciento. Nos resultaría muy difícil distinguir un queso de otro queso elaborado por el mismo artesano, una castañuela de otra. Y aunque podemos colgar unos calcetines hechos a mano en el rincón de la chimenea o un plato de cerámica en el comedor, no es esa su concepción inicial y esencial.

Un cuadro o una escultura (por no meternos en el mundo de la música y la poesía) no tienen una utilidad PRÁCTICA. Puede elevar nuestro espíritu, contagiarnos angustia, descubrirnos la luz o el infierno al mirar para dicha obra de arte, pero más allá de la sensación que cada uno pueda percibir, podríamos vivir perfectamente sin ella.

¿Deberíamos decir entonces que el arte supera a la artesanía? En ningún modo. Son dos cosas diferentes. Hay artesanía que supera con creces muchas obras supuestamente artísticas y hay arte que deja atrás cualquier objeto útil, por trabajado y perfecto que sea.

¿Cómo deberíamos pues valorar uno y otro? Vuelvo a mi exclusiva opinión y quizás esté muy equivocada. Un producto de artesanía debería valorarse en función de la materia prima, de las horas empleadas y de la mayor o menor producción de dicho objeto. El artesano, casi siempre, está muy mal pagado porque si tuviera que vender su producto basándose en dichas variables, al final no sacaría ni para vivir. Por lo tanto, en la mayoría de los casos, se ve obligado a no cobrar su trabajo o cobrarlo por debajo de valor de mercado para subsistir.

¿Y un artista? ¿Puede un artista valorar su obra en función de la materia prima, de las horas trabajadas y del número de piezas? Pues no. La respuesta en un no rotundo y tajante. Confieso que en alguna ocasión alguien me lo ha planteado y que es habitual que me pregunten aquello de cuántas horas tardas tú en hacer eso. Yo suelo responder poniendo el ejemplo de una conocida anécdota de Picasso, salvando las distancias, claro. Estando un día tomando algo con unos amigos Picasso realizó con un par de líneas y de forma distraída un boceto sobre una servilleta de papel. Una mujer se lo quiso comprar y él le pidió una cantidad desorbitada. “Pero bueno –protestó la mujer–. Si no ha tardado en hacerlo ni medio minuto”. “Sí, señora –contestó el genio–, pero para dibujarlo en medio minuto he necesitado toda una vida”.

Por si alguien se lo pregunta, la mayoría de artistas que conozco no se consideran genios ni llegarían a pedir una cantidad desorbitada por un pedazo de papel, pero el quid de la cuestión es ese. Se puede pintar una obra maestra en semanas, en días o, incluso en horas, pero para llegar ahí seguro que el artista ha tenido que trabajar mucho, practicar, probar, descartar, volver a intentarlo, fracasar y seguir intentándolo. Y si bien es cierto que eso mismo ha hecho el artesano para conseguir la primera pieza, también es cierto que quien hace un cesto, hace un ciento. Por el contrario, aunque hay cuadros que se ejecutan en horas, pueden tener un proceso de cristalización de años. Hay una idea suelta, vagando por tu cabeza, y se cruza con otra y materializan un resultado inesperado. Y quizás no te convenza y vuelvan a pasar meses hasta que otro golpe de suerte sirva para poner la puntilla a esa misma obra. Uno sabe cuando empieza pero no cuando va a terminar. Y ningún cuadro se puede repetir. Podremos copiar el tema, pero cada uno tiene su propia energía y fluir. Leves diferencias que pueden pasar desapercibidas, pero que las convierten en obras distintas.

Y otra cosa más. Esa continua necesidad de reinventarse en cada obra, ese cosquilleo que mantiene vivo al artista, es fuente también de un desgaste continuo, de una inseguridad que pende sobre nuestras cabezas, la inseguridad de que el espectador no vea lo que tú ves, o no lo aprecie, o se sienta defraudado. He hablado con muchos artistas y casi todos coinciden en que la autoestima baja y sube en función de la obra en la que estemos trabajando, o que hayamos vendido, o que nos hayan criticado. Deberíamos ser ajenos a eso, pero al final vivimos –parafraseando a un amigo—de la pintura del garbanzo, de la que nos da de comer, y que, a fin de cuentas es la que cuenta.

Vuelvo al queso arte-sano, al inicio de mi perorata, y me acuerdo de un chiste que viene al cuento: Pero el queso, que se ve tan claramente que es queso, ¿por qué los franceses lo llaman fromage? Pues eso, que el queso por rico que esté, seguirá siendo un manjar de dioses, artesano y sabroso… pero un queso no es arte, mientras que un plátano pegado con cinta americana a una pared sí que puede serlo… (esto último lo dejo caer porque seguro que da mucho juego)

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