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Oswaldo Guayasamin es una de mis pintores más admirados

De manos, retratos, expresionismo, dolor, angustia y ternura en la obra de Oswaldo Guayasamín

Hay artistas de los que nunca habías oído hablar y que te enamoran a primera vista. Uno de estos amores instantáneos, pero que ha superado el tiempo y las distancias, fue para mí Oswaldo Guayasamín. Me encontré su obra un poco por casualidad en el Museo que lleva su nombre en Quito (Ecuador) hace casi dos décadas. Desde entonces ha estado siempre entre mis Top Ten por derecho propio.

Su obra es apabullante, una mezcla de cubismo, expresionismo e indigenismo (si existe esta palabra), pero sobre todo un torbellino de sensaciones, de sentimientos, de crudeza. Muchas de sus obras hablan de tragedia, de ira, de dolor, del desgarro del ser humano, del humilde frente al poderoso. Hablan de fuego, de guerra, de hambre, de sufrimiento y de pena. Pero no solo gritan sus rostros desde el silencio, sino, y quizá sobre todo, gritan sus manos. Unas manos que Guayasamín desnuda, retuerce y exprime para decirnos todo lo que quiere transmitir. A diferencia de otros artistas, Guayasamín no quiere que el espectador interprete lo que ve. Quiere dárselo todo hecho, que no exista posibilidad de elucubrar, de buscarle tres pies al gato. Quiere que todo se entienda tal y como él lo quiere mostrar.

No es, sin embargo, el sufrimiento, el único pilar de su trabajo. Hay también espacio para la maternidad, para la ternura y la protección, para el calor y la infancia. Sus maternidades son para mí las más bellas que existen porque logran transmitir precisamente eso que el autor ha querido expresar, el amor más puro y el vínculo más estrecho que puede haber entre dos seres vivos.

Recientemente descubiertos, gracias al libro que me ha regalado una amiga, algunos de sus primeros retratos, delicados, sencillos y llenos de expresividad, que me recuerdan en cierto modo a los de Amedeo Modigliani, con esos ojos grandes, almendrados y expresivos.

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