Tuve la suerte de conocer a Afrinda poco antes de que las telarañas del olvido nublaran su mente. De nuestro encuentro recuerdo todo, su calidez, su generosidad, su resignación, su compañía. Me habló de su vida, sacrificada, dura, áspera, con mucho de sufrimiento y unas pocas notas de color. Color que ponían los niños de la vecina escuela cuando acudían en tropel a la puerta de la desvencijada casa rectoral en la que vivía para recibir caramelos y cariño a partes iguales.

De Afrinda me impresionó su aura de personaje de cuento, su fragilidad y sus manos, sobre todo, sus manos, hechas para el trabajo y para la ternura. Retorcidas cual sarmientos. Grandes. Cálidas. Rugosas. Mágicas.

Practicó su hechizo conmigo porque, aunque solo compartí con ella unos minutos y un breve paseo, consiguió instalarse en un rincón de mi corazón. Los retratos que le hice no hacen justicia a su encanto pero ayer tuve la suerte de comprobar lo presente que está y estará siempre en la memoria de los suyos. Su sobrina-hija Teresa y su pequeña Carmen acudieron al encuentro con su Mami en la exposición de Abuelinas de Cangas del Narcea y tuve la inmensa alegría de presenciar el emocionante reencuentro. Me despido de Afrinda, dejándola en las mejores manos, pero no me causa tristeza porque sé que siempre la llevaré conmigo.